lunes, 14 de octubre de 2013

El valor de la sinceridad


Cuántas veces hemos oído “yo lo que pienso lo digo a la cara”, cuántas veces hemos dicho, “si gusta bien y si no también” y cuántas hemos dicho o escuchado “soy como soy, digo lo que pienso y no voy a cambiar”.
Pero, ¿alguna vez nos paramos a pensar cómo afectan nuestras palabras o ese alarde de “sinceridad”? Alguna vez pensamos, ¿que quizás duele mas las formas que el contenido?

Durante mi vida, me he encontrado con personas que alardean de su sinceridad, confundiéndolo con autenticidad. 

Qué entendemos por sinceridad?
- Espetar todo lo que pienso en la cara del otro, sin importarme lo que siente o piense.
- Decir todo lo que siento o pienso sin pensar si me estoy metiendo allá donde no me llaman.
- Anclarme en mis propios ideales incluso cuando el tema no va conmigo, opinando y diciendo lo que pienso incluso si no me preguntan.
- Decir las cosas en un tono de superioridad donde yo soy el universo y yo siempre tengo razón.

¿Eso es sinceridad?
Durante un tiempo yo pensé que sí…que eso ser sincera y que por eso era estupenda. ¡ERROR!

Cuando alardeando de nuestra sinceridad, vamos de frente a una persona y le soltamos todo aquello que pasa por nuestra cabeza, no nos damos cuenta que a veces esa persona no necesita escuchar cosas que en ese momento están haciendo daño.

Si lo que vas a decir, no es mejor que el silencio o puede crear conflictos innecesarios… ¿no crees que es mejor optar por el silencio?

Si decir las cosas a la cara del otro, lo que genera es una lucha de egos, también es mejor el silencio.

A veces, ser sinceros crea daños irreparables y dolor innecesario, ¿vale la pena?

Y… ¿si esa sinceridad no es mas que el reflejo de tus carencias?

Debemos diferenciar entre sinceridad y autenticidad.
Puedes ser auténtico, sincero, transparente, fiable, abierto… la esencia de cada uno, es ser uno mismo. La sinceridad no es mas que una cualidad que complementa nuestro YO superior y no por dejar pasar algo sin decirlo, no somos menos sinceros, sólo que sabemos cuándo y cómo actuar, y si debemos hacerlo.
A veces en nuestro afán de decir lo que pensamos “porque yo soy sincero y digo lo que hay” nos olvidamos que nadie nos preguntó opinión, que nadie nos invitó a hablar de ello y que a veces, la mejor cualidad es estar en silencio.

Así pues, antes de hablar pregúntate: ¿vale la pena lo que voy a decir?, ¿sirve para algo?, ¿voy a generar algún beneficio?, ¿ayudaré a aclarar algo?, ¿lo que digo puede generar algún conflicto?... y si es así ¿vale la pena?
¿NO? Entonces, ¡mejor calladita!

“Antes de juzgar a una persona camina tres lunas sobre sus zapatos”. 


Tenemos dos orejas y una sola boca para que escuchemos el doble de lo que hablamos”

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